domingo, 8 de febrero de 2009

«Un golpe de dados» -Sthépame Mallarmé


















Stéphane Mallarmé (1842-1898) anticipó en el S.XIX lo que las vanguardias artísticas de las primeras décadas del S.XX formularían en términos programáticos (aunque sean programas que resistan toda institucionalización, como el dadaísmo). Quizás sea relevante recordar que este poeta, habitualmente inscripto en la línea simbolista que lo enlaza a poetas como Charles Baudelaire, no duda en ahondar en la poesía como libre experimentación con el material del lenguaje, incluyendo sus planos tipográficos y el registro del símbolo como reescritura incesante de una lengua imposible. Es esa intensificación del significante lo que siembra una diferencia irreductible a la tradición poética que pretende contener su devenir poético. Quizás por eso es también punto de ruptura o inflexión de aquella matriz que lo constituye. Retornar a escritores como Mallarmé no es deseo de repetición. Es hallar la diferencia en cada retorno; es reencontrar algunas huellas en los archivos que posibilitan (y subvierten) una interpretación de nosotros mismos. En cualquier caso, Mallarmé lleva la práctica poética a un límite comunicacional que interroga todo reclamo de simplicidad o transparencia semántica. Antes bien, en su lenguaje del límite, hace estallar la unidad de las significaciones: con su lenguaje críptico deconstruye la promesa de un Significado trascendental detrás de lo múltiple.
A.B.

“Es el sueño puro de una medianoche, desaparecida en sí misma, cuya Claridad reconocida, que permanece sola en su realización sumergida en la sombra, resume su esterilidad en la palidez de un libro abierto que la mesa ofrece; página y decorado común de la Noche, si es que aún subsiste el silencio de una antigua palabra proferida por él, en la que, volviendo, la Medianoche evoca su sombra acabada y ausente con estas palabras: Yo fui la hora que debe purificarme”.

S. Mallarmé, fragmento de Igitur



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NUNCA
AUNQUE LANZADA EN CIRCUNSTANCIAS
ETERNAS
DESDE EL FONDO DE UN NAUFRAGIO
A SEA que el Abismo blanqueado
quieto furioso
bajo una inclinación
plana desesperadamente
de ala
la suya vuelta a caer de antemano por una dificultad para enderezar el vuelo
y cubriendo los brotes
cortando al ras los saltos
muy en el interior resume
la sombra hundida en la profundidad por esa vela alternativa
hasta adaptar
a la envergadura
su boquiabierta profundidad en tanto que el casco
de un navío
inclinado hacia una o otra borda
EL PATRÓN fuera de antiguos cálculos
en que la maniobra con la edad olvidada
surgido
infiriendo antaño empuñaba la barra
de esta conflagración a sus pies
del horizonte unánime
que se prepara
se agita y mezcla
en el puño que lo apretaría
como se amenaza a un destino y los vientos
el único Número que no puede ser otro
Espíritu
para lanzarlo
en la tempestad
replegar su división y pasar orgulloso
vacila
cadáver por el brazo separado del secreto que detenta
antes
que jugar
como maníaco canoso
la partida
en nombre de las olas
una invada al jefe
fluya como barba sumisa
naufraga eso directo del hombre
sin nave
en cualquier
sitio vana
ancestralmente para no abrir la mano
crispada
más allá de la inútil cabeza
legado en la desaparición
al alguien
ambiguo
el ulterior demonio inmemorial
habiendo
de comarcas nulas
inducido
al viejo hacia esa conjunción suprema con la probabilidad
aquél
su sombra pueril
acariciada y pulida y devuelta y lavada
suavizada por la ola y sustraída
a los duros huesos perdidos entre las tablas
nacido
de un retozar
con el mar por el abuelo tentando o el abuelo contra el mar
una oportunidad ociosa
Esponsales
cuyo
velo de ilusión refleja su obsesión
así como el fantasma de un gesto
titubeará
encallará
locura ABOLIRÁ
COMO SI
Una insinuación simple
al silencio enroscada con ironía
o
el misterio
precipitado
aullado
en algún cercano torbellino de hilaridad y de horror
revolotea alrededor del remolino
sin alfombrarlo
ni huir
y le acuna el virgen índice
COMO SI
pluma solitaria extraviada
salvo que la encuentre o la roce una toca de medianoche
e inmovilice
en el terciopelo arrugado por una carcajada sombría
esa blancura rígida
irrisoria
en oposición al cielo
demasiado
para no marcar
exigüamente
cualquier
príncipe amargo con el escollo
se lo encasqueta como lo heroico
irresistible pero contenido
por su pequeña razón viril
fulminante
preocupado
expiatorio y púber
mudo reír
que
El lúcido y señorial copete de vértigo
en la frente invisible
centellea
luego cubre de sombra
una estatura amable tenebrosa de pie
en su torsión de sirena
el tiempo
de abofetear
con impacientes escamas últimas bifurcadas
a una roca
falsa morada
enseguida
evaporado en brumas
que impuso
un mojón al infinito
SI
nacido estelar
EXISTIERA
COMENZARA Y CESARA
SE CIFRARA
ILUMINARA
Cae
la pluma
rítmica suspensa de lo siniestro
sepultarse
en las espumas originales
no ha mucho de donde sobresaltó su delirio hasta una cima
marchita
por la neutralidad idéntica del remolino
SERÍA
de otro modo que como alucinación dispersa de agonía
brotando aunque negado y cerrado aparecido
al fin
por alguna profusión diseminada como rareza
evidencia de la suma por poco que una
peor
no
más ni menos
indiferentemente pero tanto como EL AZAR
ERA EL NÚMERO
NADA
de la memorable crisis
si no se hubiera
el acontecimiento llevado a cabo con vistas a todo resultado nulo
humano
HABRÁ TENIDO LUGAR
SINO EL LUGAR
una elevación corriente vierte la ausencia
inferior chapoteo cualquiera como para dispersar el acto vacío
abruptamente que si no
por su mentira
hubiera fundado
la perdición
en esos parajes
del baldío
en que toda realidad se disuelve
EXCEPTO
QUIZÁ
en la gran altitud
tan lejos como un sitio fusiona con más allá
fuera del interés
en cuanto a él señalado
en general
según tal oblicuidad por tal declividad
de fuegos
hacia
debe ser
el Septentrión también Norte
fría de olvido y de obsolescencia
no tanto
que no enumere
sobre alguna superficie vacante y superior
el choque sucesivo
sideralmente
de una cuenta total en formación
velando
dudando
rodando
brillando y meditando
antes de detenerse
en algún punto último que la consagre
Todo Pensamiento emite una Tirada de Dados
UNA CONSTELACIÓN
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Para leer el poema en su versificación original:

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----------------------Poema de G. Apollinaire

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MALLARMÉ* - Jacques Derrida

[...] invento una lengua que debe brotar necesariamente de una poética muy nueva.**

MALLARMÉ

¿Hay un puesto para Mallarmé en una «historia de la literatura»? Dicho de otro modo, y ante todo: ¿su texto tiene lugar, su lugar, en algún cuadro de la literatura francesa? ¿en un cuadro? ¿de la literatura? ¿francesa?
Casi un siglo ya y sólo estamos empezando a entrever que algo ha sido tramado (¿por Mallarmé?, en todo caso según lo que por el pasa, como a su través) para burlar las categorías de la historia y de las clasificaciones literaria, de la crítica literaria, de las filosofías y de las hermenéuticas de toda especie. Comenzamos a entrever que el trastorno de estas categorías habrá sido también efecto de lo escrito por Mallarmé.
Ni siquiera se puede seguir hablando, en este caso, de un acontecimiento, del acontecimiento de un texto semejante; no podemos seguir interrogando su sentido a menos de quedarnos por debajo de él, en la red de valores cuestionados prácticamente, una y otra vez, por Mallarmé; el de acontecimiento (presencia singularidad sin repetición posible, temporalidad, historicidad).
Única vez en el mundo, porque en razón de un suceso siempre que yo explique, no hay Presente, no -no existe un presente... Falta que se declara el vulgo, falta- de todo. Mal informado quien se gritase su propio contemporáneo, desertando, usurpando, con tamaña imprudencia, cuando un pasado ha cesado y tarda un futuro, o los dos vuelven a mezclarse perplejamente con vistas a enmascarar la distancia que los separa.
el de sentido: Mallarmé no dejó de acosar la significación allí donde se produjera la pérdida de sentido, en particular en esas dos alquimias que son la Estética y la Economía política.
Todo se resume en la Estética y en la Economía política...
(...)
Y de marcar Mallarmé una ruptura ésta habría seguido teniendo la forma de la repetición; revelaría, por ejemplo, la esencia de la literatura pasada como tal. Haría falta, con ayuda de ese texto, en él, descubrir la lógica nueva de esta doble operación; la que, por lo demás, no se podría atribuir a Mallarmé sin echar mano de una teoría ingenua e interesada de la firma, justo aquella que Mallarmé, definiendo con precisión lo que llamaba «operación», no dejó, nunca de burlar. Un texto está hecho para prescindir de referencias. De referencias a la cosa misma, como veremos; de referencias al autor, que sólo consigna en él su desaparición. Esta desaparición está activamente inscrita en el texto, no constituye un accidente del mismo sino, más bien, su naturaleza; marca la firma con una incesante omisión. El libro se describe a menudo como una tumba.
(...)
Por el simul enigmático de la ruptura y de la repetición definiremos la crisis como el momento en el que la decisión no es ya posible, en el que queda en suspenso la elección entre vías opuestas. Crisis de la critica en consecuencia, que siempre habrá deseado decidir, por medio de un juicio (krinein), sobre valor de discernir entre lo que es y lo que no es lo que vale y lo que no vale lo hermoso y lo feo entre cualquier significación y su contraria. Crisis también de la retórica, que arma a la crítica de toda una filosofía oculta. Filosofía del sentido, de la palabra, del nombre.
¿Se ha interesado alguna vez la retórica por algo que no fuese el sentido de un texto, es decir, por su contenido? Las substituciones que la retórica define son siempre de sentido pleno a sentido pleno; incluso si uno de ellos ocupa el lugar del otro es en virtud de su sentido como se convierte en un tema para la retórica, aun en el caso de que ese sentido se encuentre en posición de significante o, como se dice también, de vehículo. Pero advirtamos que la retórica, en sí, no trata de las formas significantes (fónicas, gráficas) ni de los efectos de sintaxis, al menos en la medida en que el control semántico no los domina. Para que la retórica o la critica tenga algo que ver o que hacer con un texto, es preciso que un sentido sea determinable en él.
Ahora bien, cualquier texto de Mallarmé está organizado de modo que en sus puntos más fuertes el sentido permanezca indecidible; a partir de ahí. el significante no se deja penetrar, perdura, resiste, existe y se hace notar. El trabajo de la escritura ha dejado de ser un éter transparente. Apela a nuestra memoria, nos obliga, al no poder rebasarlo con un simple gesto en dirección de lo que «quiere decir», a quedarnos bruscamente paralizados ante él o a trabajar con él. Podríamos tomar prestada la fórmula de este permanente aviso de aquel pasaje de les Mots anglais: Lector esto tienes ante tu mirada, un escrito...
Lo que suspende nuestra decisión no es la riqueza de sentidos, los recursos inagotables de una palabra, sino cierto juego de la sintaxis (soy profunda y escrupulosamente sintáctico). La palabra hymen está inscrita en un lugar tan definido, en Minique, que nos es imposible decidir si se refiere a la consumación del matrimonio o a la membrana de la virginidad. La sintaxis de una breve palabra como or está a veces calculada para no permitirnos decidir si se trata del nombre (substancia metálica, oro), de la conjunción lógica (ahora bien), o del adverbio de tiempo (ahora).

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(...)
Aristóteles, que en su Poética y en su Retórica inauguró el elogio tradicional de la metáfora (en tanto que enuncia y nos da a conocer lo mismo o lo parecido) decía igualmente que no significa nada lo que no significa una sola cosa. El texto de Mallarmé no sólo infringe esta regla sino que deshace la falsa transgresión, la inversión simétrica, la polisemia que continúa señalando hacia la ley.
¿Se trata aquí, como a menudo se ha dicho, del poder de la palabra, de la alquimia del verbo? El nombre, el acto de la nominación, ¿no alcanza aquí su más grande eficacia, la que le han reconocido, de Aristóteles a Hegel, la poética, la retórica y la filosofía? ¿No ha convertido Mallarmé en tema propio este poder idealizador de la palabra que hace desaparecer la existencia de la Cosa por la simple declaración de su nombre?
(...)
En la versión final, la extracción y la condensación sólo conservan el brillo del oro, borran el referente: nada ya de nombres propios. Podría creerse que se trata de liberar de este modo una meditación poética sobre el sentido general del oro. Y el oro es ciertamente, bajo algunos aspectos, el tema de este texto. su «significado», podríamos decir. Mirado de más cerca, uno se da cuenta de que la cuestión está en escribir, en untar el significante or, de él, con él. Toda una configuración temática, muy rica por lo demás, explora sin duda la vena de or (oro), en todos sus sentidos; pero es. ante todo, pan hacer ver el significante or. el oro en cuanto que se convierte de substancia natural en signo monetario, pero también el elemento lingüístico, or, como letras, sílaba, palabra. El acto de nominación, la relación directa con la cosa, queda así en suspenso. Lo numérico, instrumento de terrible precisión, claro a las conciencias, se queda sin siquiera un sentido. A partir de ahí se abre la crisis, en los lugares análogos de la economía política y del lenguaje o de la escritura literaria: fantasmagóricas puestas de sol. Todas las puestas de sol mallarmeanas son instantes de crisis, cuyo dorado es continuamente recordado en el texto por un polvo de destellos de oro -or- (dehors, fantasmagoriques, trésor, horizon, majore, hors) hasta la desaparición del or. Se pierde éste en las oes tan frecuentes de esta pagina, en los ceros acumulados que cuando aumentan su valor es para reconducirlo a su nada...: ... si un número se incrementa y recula, hacia lo improbable, inscribe más ceros: significando que su total equivale espiritualmente a nada, casi. De la nada en sí misma no hay nada decidido.
(...)
En fin, ¿por qué el tratamiento crítico de este or no habría de jugar a distancia con su homónimo o, más bien, con su homógrafo inglés, el versus disyuntivo que en él se enuncia? Es bien sabido, y no sólo por su biografía, que la lengua de Mallarmé se deja elaborar siempre por el inglés, que se intercambia regularmente con él, y que el problema de este intercambio queda explícitamente recogido en Les Mots anglais. Razón que nos advierte que «Mallarmé» no pertenece enteramente a la «literatura francesa».
Y ¿cómo hacer figurar en un cuadro el desplazamiento histórico así operado, apertura y repetición de una memorable crisis (la literatura aquí sufre una exquisita crisis, fundamental), llamada evocadora, en el simulacro, de la forma teológica del gran Libro?
No ha faltado razón al relacionar este intento con el de los grandes retóricos. Mallarmé comparte sin duda más complicidades históricas con ellos que con muchos de sus «contemporáneos», e incluso más que con muchos de sus «sucesores». Pero ello es así, precisamente por haber roto con las saludables reglas de la retórica, es decir, con la juiciosa y filosófica representación clásica que ha dado de sí misma la tradición retórica, desde Platón y Aristóteles. Su texto escapa al control de esta representación, demuestra prácticamente su no-pertenencia. Si, por el contrario, llamamos retor no ya al que somete su discurso a las buenas reglas del sentido, de la filosofía, de la dialéctica filosófica, de la verdad, ni, en suma, al que acepta la retórica filosófica prescribiéndole sus reglas de buen gusto, sino, por el contrario, al que Platón -en su momento excedido- quería expulsar de la ciudad como un sofista o como un antifilósofo, entonces quizá Mallarmé sea un gran retórico; un sofista, sin duda, pero un sofista que no se deja todavía atrapar por la imagen que la filosofía ha querido dejarnos de él captándolo en un speculum platónico y, al mismo tiempo, lo que en modo alguno es contradictorio, situándolo fuera de la ley. Sabemos que, como tantos lectores de Mallarmé, Platón redoblaba su activo de conocimiento con una manifiesta admiración.
(Quizá hubiera sido preciso también hablar aquí de Stéphane Mallarmé. De su obra, de su pensamiento, de su inconsciente y de sus temas: de lo que, en suma, parece que ha querido decir, obstinadamente, del juego de la necesidad y del azar, del ser y del no-ser, de la naturaleza y de la literatura, y de otras cosas por el estilo. De las influencias, sufridas o ejercidas. De su vida, en primer lugar, de sus lutos y depresiones, de su docencia, de sus desplazamientos, de Anatole y de Méry, de sus amigos, de los salones literarios, etc. Hasta el espasmo, final, de la glotis.)

Jacques Derrida

Texto completo: