sábado, 25 de julio de 2015

«Modelos para (des)armar: mínima principia» -una poética del fragmento




 
La carencia de fórmulas estéticas no es impedimento para reflexionar sobre las búsquedas íntimas que sostienen ese oficio sin oficio que es la práctica de la escritura. A modo de aforismos, el presente texto intenta capturar ese movimiento interminable marcado por la disconformidad de lo hallado.
 
“(…) hay que atenerse a lo difícil”. 
J. M. Rilke
 
 
 
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Sin fórmulas: principios mínimos para una escritura que apuntale otro andar, a distancia de la «literatura» como distinción.
 
 
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Más que gestos declamatorios, subvertir los caminos.

 
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Escribir para sostener nuestra soledad ante los otros.
 
 
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La escritura como trabajo subterráneo socava la mitología etérea del talento.

 
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La verdad de un escritor no es diferente a su obra en obras. Cualquier lectura crítica de ella consiste, ante todo, en despojarse de la autoridad mística de su autor.

 
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La disconformidad jalona la práctica de escritura; testimonia una batalla íntima de la que nunca se sale indemne.
 
 
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Rebasar las pertenencias.
Desafiliarse: hacer de la hospitalidad al que viene el devenir de la escritura.
 
 
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No hay extrañamiento si no se horada la ilusión del entendimiento.
 
 
La escritura vive en la extrañeza, aun si eso le supone ser confinada al margen.
 
 
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Cobijar lo singular de los otros: esa difícil, improbable apertura que evita cristalizar lo que fluye, irreductible a los juegos de la filatelia.
 
 
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Erosionar la confusión entre valor y consumo.
 
 
A la seducción como discurso, retornar a la aridez del subsuelo.
 
 
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Abrir la casa del sujeto es romper los espejos que lo encierran.

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Cuestionar el «estilo» como meta: hacerse irreconocible.
 
 
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Recuperar las herencias como un desheredado: desconfiando de toda abundancia.
 
 
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La crítica como aprendizaje es lo contrario a la polémica. Cuando ya no hay puentes, aprender a callar.
 
 
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Subvertir la lengua para subvertirnos.
 
 
Romperse.
 
 
Dejar que en las ranuras asome la posibilidad de otra vida.
 
 
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Erosionar la frontera entre «escritura» y «vida». Aunque no haya más que distancia.
 
 
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Eludir cualquier ficción de neutralidad: no hay palabra inocente.

 
Si escribir es tomar partido, la revocabilidad sobrevuela todo lo dicho. 
 
 
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Hacer de la escritura una forma de interrogación radical, sin clausura para las grietas que abre.
 
 
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No hacer de la necesidad de supervivencia una virtud literaria.

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Sumergirse en el latido de la escritura –constituirla en una lectura inédita de nosotros mismos.
 
 
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Obreros de lo imaginario: más allá de la expresividad espontánea y otras mitologías.
 
 
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En la indefensión de la pregunta, ninguna autoridad subsiste.

 
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La literatura, si no persigue la demolición de cualquier tópico, se convierte ella misma en uno.
 
 
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Nunca llegamos demasiado lejos.

 
La apertura crítica ante el mundo del que somos parte no garantiza nada y, sin embargo, abre la promesa de otro camino.
 
 
 
Arturo Borra